viernes, 23 de marzo de 2012

Una canción desesperada

Aprovecho que el pasado miércoles 21 de marzo se conmemoró el Día Mundial de la Poesía para reivindicar un género literario que actualmente no pasa por su mejor momento, pero que deberíamos fomentar como vehículo de expresión personal.

A continuación he querido recoger un poema del considerado por Gabriel García Márquez como el “más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”. No puede ser otro que Pablo Neruda, el chileno más universal.

Una canción desesperada se incluye en un poemario junto a otros veinte poemas que giran en torno a un mismo sentimiento, el amor. De ahí su nombre, Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

La obra fue escrita cuando aún no había cumplido 20 años, demostrando una sensibilidad impropia para un joven de esa edad. En ella, el poeta evoca un amor teñido de melancolía, la tristeza y el dolor por el recuerdo de su amada.

Una canción desesperada

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. 
El río anuda al mar su lamento obstinado. 

Abandonado como los muelles en el alba. 
Es la hora de partir, oh abandonado! 

Sobre mi corazón llueven frías corolas. 
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! 

En ti se acumularon las guerras y los vuelos. 
De ti alzaron las alas los pájaros del canto. 

Todo te lo tragaste, como la lejanía. 
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! 

Era la alegre hora del asalto y el beso. 
La hora del estupor que ardía como un faro. 

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, 
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! 

En la infancia de niebla mi alma alada y herida. 
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! 

Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. 
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio! 

Hice retroceder la muralla de sombra, 
anduve más allá del deseo y del acto. 

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, 
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto. 

Como un vaso albergaste la infinita ternura, 
y el infinito olvido te trizó como a un vaso. 

Era la negra, negra soledad de las islas, 
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. 

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. 
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. 

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme 
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! 

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, 
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. 

Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, 
aún los racimos arden picoteados de pájaros. 

Oh la boca mordida, oh los besados miembros, 
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados. 

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo 
en que nos anudamos y nos desesperamos. 

Y la ternura, leve como el agua y la harina. 
Y la palabra apenas comenzada en los labios. 

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, 
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio! 

Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, 
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron! 

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. 
De pie como un marino en la proa de un barco. 

Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. 
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. 

Pálido buzo ciego, desventurado hondero, 
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! 

Es la hora de partir, la dura y fría hora 
que la noche sujeta a todo horario. 

El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. 
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. 

Abandonado como los muelles en el alba. 
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. 

Ah más allá de todo. Ah más allá de todo. 

Es la hora de partir. Oh abandonado!

viernes, 16 de marzo de 2012

Mi inseparable amiga

No me importa decirlo abiertamente: tengo una sola amiga, pero de las de verdad. Nunca me ha abandonado ni lo hará. Siempre ha estado ahí cuando más la he necesitado, tanto en los buenos como en los malos momentos. Más bien, jamás se ha separado de mí. Somos como dos almas gemelas.

La confianza que tengo en ella es inmensa. Sin decir ni una sola palabra ya sabe lo que quiero en cada instante. Podemos pasar juntos una eternidad sin cansarnos. Vamos al cine, leemos novelas, navegamos por Internet, vemos por televisión nuestros programas favoritos, es decir, hacemos prácticamente todo juntos. He vivido con ella más de lo que puedo vivir con el resto. Somos inseparables. 

Dicen que soy un chico raro, asocial, que no me relaciono con el resto. Y digo yo: “Si fuera así por qué hemos hecho tan buenas migas”. Ella nunca me ha echado en cara mi carácter, ni mucho menos. De hecho, le gusta que sea así. 

Lo único que le puedo reprochar es que si alguna vez he quedado con algún conocido ella nunca me ha acompañado. Además, en otras ocasiones, cuando me he parado a hablar con alguien es como si ella desapareciera, estuviera distante, y volviera al poco tiempo de irse la otra persona. Quizá sean celos.

No sé como agradecerle lo mucho que ha hecho por mí, por no fallarme. Espero que no me deje nunca. Gracias soledad, eterna compañera.

viernes, 9 de marzo de 2012

Una gran biblioteca al aire libre

Que la literatura esta cambiando sus hábitos es un hecho. Ni su publicidad, ni el formato ni la manera de compartirla es igual que hace unos años. En otras ocasiones ya hemos hablado, por ejemplo, de los booktrailers, que tratan de publicitar una obra de forma distinta, o de los audiolibros, que acercan la literatura a las personas invidentes, entre otras muchas cosas. Pero si hay algo que sobresale por su originalidad ese es el bookcrossing.

La iniciativa consiste en dejar libros en lugares públicos con el fin de que otras personas lo recojan, se lo lean y lo vuelvan a dejar para que los encuentren otros lectores y así sucesivamente. Los “bookcrossers”, que así es como se llaman los participantes, tratan de fomentar la lectura convirtiendo el mundo en una biblioteca global.

Participar en el bookcrossing es muy sencillo y gratuito. Si se quiere liberar o “donar” a la causa un libro, solamente se tiene que registrar el ejemplar en la página web oficial para conseguir un número de identificación de bookcrossing o BCID. Tras su registro, se deja en un lugar público y ya está. Así de fácil.

La idea surgió en 2001 del estadounidense Ron Hornbaker, que se inspiró en Where’s George?, una web que trataba de conocer el recorrido que realizan de los billetes en Estados Unidos. No fue hasta 2003 cuando una ciudad española, más concretamente Zaragoza, acogió el primer encuentro Nacional de Bookcrossing, el “Encuentrico”.


Al contrario de lo que parece numerosas editoriales han visto en el bookcrossing una oportunidad para aumentar las ventas de sus novedades literarias por lo que en muchas ocasiones ceden obras antes de que salgan al mercado. La lectura llama a la lectura.

Así que ya sabéis. Si alguna vez os encontráis un libro por la calle, registradlo y compartidlo con el resto de lectores. Fomentaréis una práctica divertida y económica sin necesidad de caer en la ilegalidad.

viernes, 2 de marzo de 2012

El día “D”

No era una persona muy madrugadora, habitualmente me costaba bastante hacerlo, pero aquel día me levanté al amanecer. Quería tener la mente clara para poder pensar con tranquilidad. Necesitaba darme mi tiempo porque era una decisión muy importante. Tal era su importancia que posiblemente mi vida cambiara pronto.

La indecisión protagonizó las primeras horas de aquel día. Unas veces me decidía por el sí, otras por el no. No paraba de darle vueltas al asunto. Cada una de las opciones tenía sus pros y sus contras. “¿Por qué no hacemos más fácil la vida?”, me preguntaba a mí mismo. Siempre me había gustado complicarme las cosas.

Y así llegué a la hora de comer. Hasta las cinco en punto de la tarde no tenía que hacer acto de presencia. Pero posiblemente ya hubiera mucha gente esperando. Todavía tenía cierto margen para meditar.

Había quedado con un amigo para almorzar en el mismo sitio de siempre. Quizá me sacara de estas eternas dudas. “Manolito, lo mejor es que seas consecuente con el corazón y digas que no”, me decía mi compañero de batallas.

Tras un refrigerio lleno de nervios, llegó la hora de marcharse. Ya no quedaba nada. Al llegar, en la puerta se congregaba mucha gente que al verme me preguntaron por mi decisión. “Ya lo veréis”, les respondí con cierta ironía.

A las 18:22 de aquella tarde dijeron mi nombre, me levanté de mi asiento y cuando me disponía a responder escuché con una voz grave: “Quieto todo el mundo”. Era 23 de febrero y estaba en el Congreso de los Diputados. Me quedé sin votar en la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. El resto ya lo conocéis…